Cartel Adiós a Matiora

Canto de cisne de una época y de una forma de hacer cine, Adiós a Matiora (Proshchanie, 1983) es la película que anticipa la Perestroika en la cinematografía soviética. Un film eminentemente lírico que tuvo fortuna en los circuitos internacionales de arte y ensayo y que supuso la consagración de su director, Elem Klimov, más allá de la URSS.


Basada en la novela corta homónima de Valentin Rasputin, publicada en 1976, y con un guión firmado por Larisa Shepitko, German Klimov y Rudolf Tyurin, la película narra el drama de los habitantes de Matiora, una bonita isla situada en medio de un gran río, en el centro de la vasta y profunda Rusia, condenada a sumergirse en las aguas debido a la construcción de un embalse, con ella también desaparecerán las casas y los recuerdos de los lugareños, resignados a abandonar sus hogares y su estilo de vida tradicional.


Largometraje excepcional por su indubitable calidad técnica y formal donde cabe destacar el magnífico trabajo de fotografía del equipo integrado por Vladimir Chukhnov, Aleksei Rodionov, Yuri Skhirltadze y Sergei Taraskin, así como la música de Alfred Shnitke, tal vez el más importante compositor tardosoviético, que subraya el lirismo de las imágenes con notas transidas de dolor y nostalgia por la tierra perdida.

Gran árbol de Matiora


Proyecto inicial de Larisa Shepitko, truncado violentamente por la prematura muerte de la directora ucraniana, y que Elem Klimov retoma y lleva a cabo como particular homenaje a su mujer, Adiós a Matiora es el canto de amor fúnebre de un Klimov sumido en el más hondo desaliento cinco años después del fatídico accidente de tráfico que acabara con su esposa cuando precisamente andaba buscando localizaciones para el film. De ahí lo personal e íntimo de su metraje, metáfora de la pérdida de aquello que más amamos.


Estrenada en España a raíz del éxito de su siguiente, y última película, Masacre: Ven y mira (Idi i smotri, 1985), fue calificada de «epopeya pesimista» por el crítico y guionista Ángel Fernández-Santos en El País (13 de diciembre de 1986), pero aunque la cinta se hace dura de ver por la trascendencia emocional de sus imágenes, también cuenta con secuencias antológicas, como la del gran árbol en llamas, que evocan la naturaleza mística en la intrínseca relación de los personajes con la madre tierra.


En conclusión, Adiós a Matiora es una obra maestra del séptimo arte que demuestra el estado de gracia de un cineasta que tras la muerte de Larisa Shepitko, a la que dedicó un emotivo cortometraje documental, Larisa (1980), cambia totalmente de registro, pasando de la comedia sofisticada al cine grave, comprometido, de gran plasticidad y relevancia, que comienza con el descarnado biopic del monje loco Rasputín en Agonía (Agoniya, 1981).