Hijos de los hombres (Children of Men, 2006) es una de las mejores películas del siglo XXI, esta afirmación es tan contundente como la maestría de su director, Alfonso Cuarón, a la hora de realizarla. Aunque en el momento de su estreno pasó prácticamente desapercibida para el gran público, los años le ha hecho justicia, hasta el punto de ser considerada hoy en día una auténtica obra maestra digna de estudio en las mejores academias de cine del mundo, y no es para menos pues esta película es un prodigio en todos los sentidos, veamos por qué es tan especial.
Perteneciente a la triada de realizadores mexicanos, junto a Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu, que han conquistado Hollywood en las dos últimas décadas, Alfonso Cuarón es un autor -sí, con todas las letras- que ha sabido dotarse de los medios necesarios para desarrollar una obra personal, algo muy difícil en los tiempos que corren, dominados por los sempiternos intereses comerciales de una industria que se ve cada vez más afectada por el éxito de las plataformas de streaming, y que necesitan asegurar dividendos con grandes producciones efectistas donde prima más la artesanía que el arte.,
Autor de algunos meritorios cortometrajes en los años ochenta y tras realizar la comedia romántica Solo con tu pareja (1991) en su país de origen, iniciaría su carrera en Estados Unidos, donde a lo largo de esta década realizaría La princesita (A little princess, 1995) y una adaptación moderna del clásico de Charles Dickens Grandes esperanzas (Greats Expectations, 1998). Estas películas, un tanto intrascendentes, serán el preludio de su primera obra verdaderamente importante, que le catapultaría en el panorama internacional, me refiero a Y tu mamá también (2001), que además contribuirá a la fama de sus dos actores protagonistas: Gael García Bernal y Diego Luna, que recibieron el premio Marcello Mastroianni al Mejor Actor Revelación en el Festival de Venecia, además de contar con la magnífica interpretación de la española Maribel Verdú. El éxito de esta road movie fue tal que Cuarón recibió una nominación al Óscar por el guión que firmó con su hermano Carlos, y se convirtió en unos de los iconos del llamado “Nuevo Cine Mexicano”.
Su labor en Y tu mamá también le abrió las puertas de la meca del cine, dirigiendo proyectos con grandes presupuestos, como Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), que para muchos críticos y aficionados es la mejor de la célebre saga, y la aclamada Gravity (2013), protagonizada por los populares Sandra Bullock y George Clooney, con la que consiguió su primer Óscar a la mejor dirección, siendo el primer latinoamericano en conseguirlo. Pero es la película que nos ocupa y la reciente y muy personal Roma (2018) las que le han encumbrado como uno de los mejores cineastas de lo que llevamos de siglo.
Basada en la novela homónima de P.D. James, la película narra un futuro distópico, que por su cercanía, 2027, y verosimilitud resulta aún más amenazador y angustiante, donde los hombres y las mujeres han perdido la capacidad de procrear, dejando a la sociedad al borde del derrumbe. Localizada en Londres y en la campiña inglesa y con una magnífica ambientación que intensifica los problemas reales existentes en la actualidad, con especial énfasis en el problema de la inmigración y con referencias a una pandemia de gripe, el film sigue a Theo Faron, un gris burócrata magníficamente interpretado por un Clive Owen en estado de gracia, que se ve involucrado en una misión de los “Peces”, un grupo de activistas dirigido por su ex esposa, papel en el que brilla Julianne Moore, que a pesar de su brevedad planea a lo largo de toda la cinta. La misión, repleta de peligros, no es más ni menos que velar por la seguridad de la primera mujer capaz de obrar el milagro de engendrar a un niño, en esta caso una niña, desde la crisis de infertilidad que azota el planeta. En el apartado actoral también merece citarse a un desaforado Michael Caine, cuya muerte marcará el punto de inflexión de la historia.
Técnicamente la película es impecable, a ello contribuye notablemente la impactante fotografía del también mexicano Emmanuel Lubezki, ganador de tres Óscar de la Academia, que hace gala de su virtuosismo en los magistrales planos secuencia que jalonan el film, sobre todo en el último tercio del metraje. Otro gran acierto es, sin duda, la música sacra de John Tavener, que hace su aparición de forma sobria en los momentos clave, contribuyendo a elevar la emoción. Un detalle, el film está plagado de perros y gatos, que paradójicamente contribuyen a humanizar las escenas. Con un final esperanzador y agridulce, Hijos de los hombres ya ha adquirido el marchamo de “clásico” por su inspirada puesta en escena. No faltan las secuencias de acción, donde el espectador se siente literalmente involucrado gracias al punto de vista y los movimientos de cámara.
Huyendo de aquellos que desean utilizar el milagro para sus fines políticos, Theo encontrará el sentido de su vida. Hijos de los hombres es, sin ambages, una obra maestra, su visionado no dejará indiferente a nadie, activando esa parcela de nuestra conciencia que el conformismo mantiene silente.